La selfi de Eróstrato

Desde incendios en el Imperio Romano hasta videos ridículos en Internet, son muchos los ejemplos de esa pulsión oscura que ha anidado en el corazón de tantos hombres y mujeres: alcanzar la fama y pasar a la historia, cueste lo que cueste.

POR Ronald Forero Álvarez

Octubre 13 2023
Ilustración de Paola Albao

Ilustración de Paola Albao

¿Qué estaríamos dispuestos a hacer por alcanzar reconocimiento? Las respuestas que se han dado a esta pregunta a lo largo de la historia son muchas y son variopintas. Entre ellas destaca la de Eróstrato (también transcrito Heróstrato), quien, según los antiguos relatos, incendió una de las Siete Maravillas del Mundo Antiguo: el magnífico templo de Ártemis, concebido por el arquitecto griego Quersifrón y construido en un lapso de 120 años, de acuerdo con Plinio el Viejo (Historia natural, XXXVI 95) y Vitruvio (Sobre la arquitectura, III, II 8). Tras su captura, Eróstrato confesó bajo tortura que su anhelo era ser recordado por la eternidad. En consecuencia, las autoridades efesias intentaron en vano prohibir que su nombre fuera mencionado. No obstante, como ya cantaba el legendario Homero, cuando de las aladas palabras se apodera la imprudencia, se escapan del cerco de los dientes (Ilíada, IV 350). Así, el nombre de aquel insensato burló su confinamiento gracias a la incontenible elocuencia del historiador Teopompo (Valerio Máximo, Hechos y dichos memorables, VIII 14, ext. 5).

 

En épocas antiguas no era inusual que se tratara de borrar a ciertos individuos de la historia. Contamos con numerosas inscripciones, imágenes e, incluso, monedas en las que se observan borrones o tachaduras en los nombres y en las efigies. Ejemplos proliferan hasta nuestros tiempos. Baste recordar la eliminación en febrero de 2013 del apellido Urdangarín de la página web de la Casa Real Española. Pero quizás el tondo de la familia del emperador Septimio Severo, visible en la imagen de abajo, sea el caso más célebre, probablemente porque la expresión de recatada felicidad de los personajes no presagiaba los funestos acontecimientos que les aguardaban:

 

Crédito: Wikimedia Commons

 

La pintura, datada alrededor del año 200 d. C., hallada en el Egipto bajo dominio romano, retrata al emperador, a su esposa Julia Domna y a sus dos hijos, Caracalla y Geta. El rostro borrado corresponde al de Geta, declarado hostis (enemigo del Estado) y posteriormente asesinado por orden de su propio hermano. Nos impresiona el fratricidio, pero no su motivación. Antes de su muerte, Severo había determinado que dos emperadores hermanos gobernarían el Imperio para evitar la lucha por el poder, pero Caracalla ansiaba el poder absoluto sin las intromisiones de un coregente. La decisión buscaba prevenir una crisis como la que tuvo lugar en el año 193, cuando cinco emperadores se proclamaron tras el asesinato de Cómodo, el famoso emperador de la película Gladiador, encarnado por Joaquin Phoenix. Severo logró imponerse e instaurar la efímera Dinastía Severa que duró apenas 42 años hasta el asesinato de Severo Alejandro en el año 235. Queda el interrogante de si la salomónica decisión de Severo sentenció a su hijo menor o, como en una tragedia griega, el ascenso de cualquiera de los hermanos habría tenido el mismo desenlace, si tenemos en cuenta que Severo murió debilitado por la gota a los 65 años, mientras que los siguientes cuatro emperadores de la familia fueron asesinados para tomar las riendas de la Ciudad Eterna.

 

En el mundo romano, renombrado por su elaborada legislación, la orden de borrar a alguien de la historia se hacía a través del Senado. De ahí que una disposición de tal tipo cobraba fuerza de ley y era llevada a cabo con estricto cumplimento. El procedimiento, denominado en 1689 ‘damnatio memoriae’ (condena de la memoria) por Schreiter (De Damnatione Memoriae), tomaba bastante tiempo y en la práctica era imposible eliminar todo vestigio de una persona, máxime si se trataba de un emperador. Por tal razón, Polly Low (en Remembering, forgetting, and rewriting the past: Athenian inscriptions and collective memory, 2020) y otros eruditos sostienen que este procedimiento podría entenderse como una forma de transformar una conmemoración honorífica en una forma visible de desprecio.

 

Si bien el intento de frustrar el objetivo de Eróstrato nos parece razonablemente aceptable, las maniobras políticas romanas nos alertan sobre el riesgo de caer en el negacionismo histórico o, aún peor, en el simple e irracional negacionismo. Pensemos en la posibilidad de borrar a todos los personajes que en determinado momento se consideran merecedores de tal condena. ¿No sería un riesgo que las decisiones fueran tomadas con criterios sombríos? Dicha práctica —como ya advertimos— no ha sido exclusiva de la antigüedad; la declaración de "enemigos del Estado" es aplicada con rigor cuando los tiranos se apoderan de un Estado. Cualquiera puede convertirse en un sicofanta o en un enemigo a los ojos del otro, incluso su propio hermano. Sabemos por registros del Archivo de Estado de Roma que un tal Giulio L. delató a su propio hermano ante los nazis porque estaba interesado en su novia. Otros tantos casos execrables en los que prevalece la codicia, el egoísmo, la intolerancia y la crueldad se encuentran en el artículo de Frauke Wildvang, cuyo título es bastante elocuente: The Enemy Next Door: Italian Collaboration in Deporting Jews during the German Occupation of Rome (2016). La historia no se repite, pero rima, de acuerdo con la memorable sentencia atribuida a Mark Twain.  

 

Otro efecto de tratar de ocultar a personajes de la historia puede ser justamente el opuesto, en tanto puede revestir a sujetos perversos con tintes legendarios e incluso míticos. Curiosamente, algunos sostienen que el día en que Eróstrato perpetró su fechoría coincidió con el nacimiento de Alejandro Magno, el 21 de julio del año 356 a. C., lo que explicaría la ausencia de la diosa en la defensa de su templo, pues habría estado presente durante el parto (Plutarco, Vidas ParalelasAlejandro, 3). A su vez, el ejercicio inútil de ocultar personas y sus actos nos impide revelar los problemas de fondo, sus causas y sus consecuencias. Es así como para denominar el complejo de Eróstrato, también denominado "erostratismo", los especialistas se valieron de su figura para entender por qué ciertas personas cometen delitos o actos terroristas movidos por el deseo de fama. En este contexto, las palabras de Mark Chapman tras haber asesinado a John Lenon nos resultan diáfanas: “Lo asesiné porque era muy, muy, muy famoso, y esa es la única razón por la que yo estaba buscando mucho, mucho, mucho, mucho la gloria para mí. Fui muy egoísta. Quiero añadir eso, y enfatizarlo profundamente. Fue un acto extremadamente egoísta. Lo siento mucho por el dolor que le causé a ella [a Yoko Ono]”.

 

En este punto, tampoco nos sorprende la cantidad creciente de noticias sobre fallecimientos de personas que buscan que su video o su selfi les dé la fama que tanto desean, ya que, sin importar los riesgos, intentan realizar o emular hazañas de otros con resultados funestos. El fenómeno ya está siendo estudiado por especialistas, tal como explica Oriol Güell en su columna para el diario El País: "Los selfis mortales, bajo la lupa de los epidemiólogos" (2021). Aunque todo lo relatado hasta aquí nos parece ajeno, consideramos que la pregunta que inicia esta nota se vuelve inquietante.

ACERCA DEL AUTOR


Profesor asociado de la Facultad de Filosofía y Ciencias Humanas de la Universidad de La Sabana. Actualmente es profesor de griego clásico y latín, historia de la lengua española y fundamentos de lenguas bíblicas. Es director del grupo de investigación Nóvitas de la misma entidad educativa y miembro de la Asociación Internacional de Papirólogos. Sus investigaciones están relacionadas con la lírica griega arcaica, la papirología literaria, la recepción de la literatura, la resolución de conflictos y la didáctica de lenguas clásicas. El profesor Forero además es Licenciado en Español y Filología Clásica por la Universidad Nacional de Colombia y Máster y Doctor en Textos de la Antigüedad Clásica y su Pervivencia de la Universidad de Salamanca en España.